lunes, 2 de octubre de 2017

La simpática del grupo (II)


18 años, mi rol (cómodo, ¿por qué no?) de la simpática del grupo y la lucha continua entre amor y odio hacia mi cuerpo (y mente, que también acaba resentida como consecuencia de lo físico ¿...o viceversa?).

Una edad en la que vas madurando aunque todavía la carta de presentación con más importancia es una imagen exterior, después ya se preocuparán en conocerte algo más allá de eso, pero sobre todo, la imagen tiene que encajar en el perfil del grupo/entorno en el que te mueves.

Previo a esto, a los 16 años cambié mi círculo de amistades (no todas). Ese curso empecé a estudiar bachillerato en un nuevo instituto. Hasta el momento sólo había pisado una escuela, desde los 4 hasta los 16 años, así que cabe decir que fue algo "traumático" por mi falta de experiencia en cambios de este tipo. No me ayudó en exceso, aunque por otro lado era completamente necesario. Conseguí adaptarme y hacerles ver a todos mis nuevos compañeros ese rol tan establecido que yo ya tenía interiorizado y aprendido de memoria tan bien. Evidentemente, para mi desgracia, encajó a la perfección. Así que mi nuevo círculo de compañías ya tenía hecho el fichaje de la simpática del grupo sin ni siquiera haberlo ellos podido ni valorar, para mí era extremadamente más cómodo llegar con mi etiqueta (auto-impuesta) que pasar de nuevo por el proceso en el que se te va asignando, con lo que todo ello representa.

Voy a hacer un resumen de lo que pasó (a efectos reales vistos por todos) hasta mis 35 años:
Obtuve mi título de Bachillerato con una repetición de por medio, conocí otros ambientes y “tribus urbanas” con las que pasé gran parte de mis tardes (primero) y noches (después), mis primeros trabajos remunerados para poder costearme mis gastos, borracheras, conciertos, me saqué un Ciclo Formativo de Grado Superior en Educación Infantil, hasta ahora tres chicos besados, los primeros porros, implicación en movimientos políticos de tendencia Okupa, el tanteo con las drogas, exámenes, manifestaciones, fiestas populares, risas con muchísimas personas (algunas de siempre y muchas otras nuevas que aparecían y desaparecían de mi vida por diferentes circunstancias), el disfrute de una beca Erasmus en Holanda, quedadas de amigas, quedadas con amigos, un título universitario de Magisterio de Lenguas Extranjeras, un ciclomotor con el que me movía hacia todas partes, viajes, mi primer coche, una gran familia, unas oposiciones,  mi trabajo como maestra con niños a lo largo de 10 años, un novio estable (una relación de también 10 años, ¿será casualidad?), pérdida de 25 quilos de peso, amantes, amistades consolidadas, amistades “des-enemistadas”, personas increíbles, una cuenta en Twitter, personas indeseables, tres pisos en los que he vivido (uno con pareja y los otros dos yo conmigo), escapadas, más fiestas, mi primera entrada en prisión (como profesional), un trabajo como maestra de adultos y un compañero de vida mientras queramos acompañarnos.

Es decir, había pasado de niña adolescente a mujer, con éxito (¿por qué no decirlo?) y ya estaba “preparada para la vida adulta”. 

Pero lo que en esa época también pasó, y que no era visible por casi nadie, eran las imágenes y mensajes mentales que yo me iba dando y que, en parte, provocaban que yo no acabara de sentirme orgullosa de mí misma prácticamente nunca aunque tuviese infinitos motivos para hacerlo.


Y bla, bla, bla… Escribo. Borro. Escribo. Borro. Escribo. Borro. Borro.


…acabo de darme cuenta que, siendo ésta la cuarta vez que re-empiezo esta entrada para darle forma, estoy evitando por todos los medios escribir lo que realmente quiero decir; lo irracional, lo duro de rascar, lo que remueve y lo que me hace estar delante de la pantalla explicándoselo a vete a saber qué personas y por vete a saber qué motivo. Esa puta bola negra que llevo conmigo desde hace tanto tiempo y que sé que le tengo que poner palabras, dejarla en ridículo ante mis ojos y reírme con y de ella. Pero no sé si quiero hacerlo, no sé si quiero ser tan cruda conmigo por escrito, siempre ha sido más que suficiente decirme lo que me digo y no sé si voy a ser capaz de escribirme-lo (porque sí, todo esto me lo escribo, digo y repito exclusivamente a mí misma).


Así que me doy una tregua. No voy a empezar esta entrada por quinta vez. 

He decidido que la bola negra merece su propia entrada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario