miércoles, 27 de septiembre de 2017

La simpática del grupo (I)


Yo no nací odiando mi cuerpo.

Fui un "bebé precioso; pequeñita y tierna" (según mis padres, evidentemente).
Pasaron los años en los que fui creciendo y desarrollando mi personalidad, vamos, como el resto de humanos, nada especial en general pero con matices que empiezan a tener cierta relevancia.

El caso es que, a partir de los 5 años, a medida que crecía mi personalidad, también iba cogiendo volumen mi cuerpo. Lo previo a esa etapa lo considero infancia feliz, de la que tengo alguna que otra foto mental (una niña social en la escuela, alegre en casa, simpática con sus amigos y cariñosa con sus abuelas, a modo resumen). A los 6 años por algún motivo médico sin demasiada importancia que a mis padres ya comunicaron en una revisión un año anterior a esos cambios, empecé a coger peso (cabe decir que, a parte del motivo médico, hay factores hereditarios y otros de conducta que me llevaron a ese cambio físico). Un par de años más tarde y con unos cuantos quilos más, empecé a adelgazar pero en personalidad, no es curioso dado que pasé a ser la "gordita de la clase" con todo lo que la crueldad infantil y demás blablabla... implica. Pero sí, fui "víctima", como tantos otros niños, de comentarios y situaciones indeseables que creo que nadie debería vivir. Aún así aún lo medio-agradezco, por llevarme a ser hoy quien soy.

Pero dejemos a la mujer de hoy y sigamos hablando de la niña que fui o en la que me convertí (o convirtieron).

A los 11 años ya se había reído de mí el niño que me gustaba, ya me habían dejado de lado en un baile de "las monas de la clase", ya me habían llevado a varios sitios para empezar dietas que odiaba, ya había pasado inadvertida entre algunas actividades de ocio entre compañeros, ya había llorado por no poder saltar bien el potro en gimnasia, ya me había avergonzado por comerme un bocadillo a la hora del desayuno y, como consecuencia, incluso ya había llegado a pensar que cualquier persona es mejor que yo para casi cualquier cosa. TERRIBLE.
Evidentemente mi personalidad había prácticamente desaparecido por completo.

(Inciso: no todo en la etapa de la que hablo fue negativo, hoy voy a centrarme en esa parte, que es mi "traumita", mi fantasma y mi bola negra dentro de algún lugar de mi cuerpo que no consigo hacer desaparecer, así que me permito el lujo de sacarla a pasear, como si me sintiera orgullosa de ello, cosa que no es así, como se puede comprobar por la manera que lo expreso).

Concretando, 15 años, 70 quilos, un par de amigas, algún que otro colega y ningún beso de "amor adolescente" recibido (que, por cierto, llegó al poco tiempo, pero ya es otra historia).
Aunque mi cuerpo era voluminoso, me sentía cada vez más pequeña, más lejos del resto de mi entorno y más desubicada que nunca. La época de somos novios porque somos guapos, o somos amigos porque somos populares, en la que mi peso y yo no teníamos cabida, o eso creí. Una época horrible, si se me permite decirlo.

Yo había creado mi propia bandera (falsa, más que falsa) de decir que no me importaba mi cuerpo o lo gorda que estuviera, ni me afectaban los comentarios de nadie ni era preocupante que no se enamoraran de mí los chicos que me gustaban, que quien me quisiera lo haría tal y como soy. Y es cierto, pero en esa etapa no lo sabe prácticamente nadie. Y entonces seguí acumulando "fracasos" por culpa, responsabilidad o simplemente por la superficialidad de ver exclusivamente un físico, incluso así me miraba yo a mí misma (un cuerpo que ¿quién iba a desear con lo horroroso que era?, este era el pensamiento recurrente y repetitivo que sonaba en mi cabeza).

A los 18 años y después de un cúmulo de mensajes negativos lanzados por mí misma hacia mi persona, valga la redundancia, me convertí en la simpática del grupo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario